Archivo diario: 14 julio 2010

Recuento de una boda, parte 3

CCXIII

Sólo a mí se me pudo ocurrir que una boda preparada en 2 meses podría ser perfecta… ¡qué ingenua!

Todo comenzó cuando nos dimos cuenta de que el valet parking no estaba listo y como en la Ciudad de la Eterna Primavera no hay precisamente grandes espacios para estacionarse, tuve que pedir ayuda a los primos para que la hicieran de acomodaautos.

Después, colados. Unos chamaquitos insistía en que estaban invitados y se habían apoderado de una mesa (en una esquina, eso sí, trataron de pasar inadvertidos… pero ¡por favor!, ¿con quién creen que se metían?) y no fue fácil hacerlos desaparecer sin escándalos (tranquilos, no los matamos).

Para rematar, el coche en el que mi hermana y su flamante nuevo esposo, Fernando (habrá que llamarle por su nombre), venían se quedó… sin gasolina (ajá, leen bien).

La comida estaba fría, el grupo musical desafinado, el fotógrafo borracho, la tía más gorda de la fiesta se quedó atorada en el vestido cuando trataba de ir al baño, los meseros desaparecieron una caja de vino y una de whiskey y hasta querían cobrar propina por sus servicios ─pésimo gusto─.

Me hubiera desquiciado de no haber contado con ayuda angelical: un mago vino a rescatarme. Resolvió lo del licor, calmó a mis primos -que nomás ven alcohol gratis y se olvidan hasta de su orientación sexual- y hasta  manejó elegantemente «la situación» de los wedding crashers región 4.  Mago vestido de Armani, por supuesto. Mago que acompañaba a su madre, quien le había hecho un chantaje emocional digno de su alta alcurnia para que no la dejara ir sola. Mago que se sorprendió al verme sola.

Al menos me he quedado ahora con una mejor impresión de él. Santiago con unos cuantos pases mágicos desapareció la que podría haber sido una noche de pesadilla.

De regreso a casa agradecí a todos los santos, dioses, reyes aztecas y hasta a los 4 elementos que la señora Morín, su madre, sea tan fastidiosa e insistente. Por primera y única vez lo agradecí.